
La sensación sublime del contacto con lo divino se me derrama en la visión interna. Legiones de espectros, olas de bestias que devoran la piel y las buenas memorias.
La descarga de temor y placer nunca se detiene. El dolor acusa ser el medio para el contacto. Yo lo acuso de incompleto.
Sangre, lágrimas, tensión vibrante y risas, todas me son familiares. Claridad en el trazo perfecto, la palabra correcta, el gesto adecuado: son los pasajes a otros mundos. Soy escaso en dar, me falta compartir intimidad, me sobra entrega, me hace falta el caudal.
¿Cómo no dejarme consumir así en la devoción de la necesidad irresoluta?